ADIOS, VIRIDIANA
En el capítulo once del Evangelio según San Juan encontramos el relato de la resurrección de Lázaro, el gran amigo de Jesús, hermano de María y Marta, de un pueblito llamado Betania, cercano a Jerusalén.
A Jesús le informan que su amigo se encuentra enfermo. No acude inmediatamente, pospone su visita unos días. A fin de cuentas, no era una enfermedad de muerte, sino para manifestar el poder de Dios.
Al llegar a Betania, las hermanas de Lázaro salen a su encuentro. Con lágrimas en los ojos dirigen a Jesús unas palabras que parecen reproche: "si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano".
Parecería que Jesús se equivocó al decir que aquella enfermedad no era de muerte, pues Lázaro llevaba ya cuatro días muerto. Parecería que en esta ocasión el poder de Dios había fallado. Pero no era así. El poder de Dios se iba a hacer presente una vez más. Jesús le devolvería la vida a su amigo.
Pero aún cuando Jesús tenía plena conciencia de lo que iba a hacer, nos muestra uno de sus rasgos más humanos y más hermosos: se conmueve por el dolor de aquellas hermanas y, junto con ellas, llora por la muerte de Lázaro. ¡Cuánto lo amaba!
Jesús sabe que un día resucitaremos. Pero aún así, se hace solidario con nuestros dolores. Él no permanece indiferente ante las pruebas que la vida nos plantea... Nos hace sentir su presencia, su apoyo, su ayuda... Sabe que resucitaremos; pero, mientras eso sucede, llora con nosotros.
Este domingo 3 de julio ocurrió un Bachíniva un accidente muy lamentable. Seis jovencitas a bordo de un vehículo se salieron del camino y una de ellas falleció. Ella era mi vecina. Tenía 13 años de edad. Yo he hecho una buena amistad con sus papás, un matrimonio joven y muy bonito. Ella era hija única. Ahora, sus padres están experimentando el dolor más grande que una persona puede sentir: perder a quien más quiere.
Desde que soy sacerdote, nunca una muerte me había afectado tanto. Esa niña siempre nos regaló a todos una linda sonrisa. Siempre atenta, siempre alegre. Sus papás son para mi las personas más cercanas en esta parroquia. Por eso, siento esa pérdida como propia. Como sacerdote, busco transmitir la esperanza en que se centra nuestra fe: la vida eterna. Como ser humano, hoy tengo el mismo sentimiento de Jesús: me conmuevo por el dolor de esos padres y me hago solidario de sus sufrimientos. Viridiana va a resucitar, pero no aún. Trataré que Carlos y Fabiola vean en mi a un ser humano que participa de sus sufrimientos, no a una máquina expendedora de servicios religiosos.
Ojalá que ellos descubran que el dolor estará presente en nuestras vidas, pero que no por eso estamos solos. Lo meditamos en el Evangelio de Mateo, este domingo pasado: "Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré". Dios nunca nos dará una prueba sin darnos también los medios para superarla. Por eso, estoy seguro que nuestro buen Dios dará a Faby y a Carlos el consuelo y la paz que necesitan.
ADIOS, VIRIDIANA. DESCANSA EN LA PAZ DE NUESTRO DIOS.
3 Comments:
Lo siento... en estos casos nunca se que decir pues siento que no hay palabras para consolar a las personas que han perdido a alguien.
Un abrazo muy fuerte
Otra vez la muerte, sólo un consuelo cabe en estos casos como bien dices, sentir el cariño de Dios, su amor de manera palpable y tú eres un medio para eso. A mí en estos casos lo que más miedo me da, es que las personas no aceptemos ese consuelo.
¡Dios te bendiga amigo como siempre!
Que duro... pero como siempre he pensado... Ahora ella se la esta pasando mejor que nosotros..
Dios la guarde en su seno...
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