ACEPTAR TU HOGAR
¿Renunciarías a construir una casa porque el material entregado no corresponde al encargo hecho? ¿Arrojarías la lana de tu sweater porque, según tu modelo, no da tanto como prometía? ¿Abandonarías a tu hijo porque no tiene el temperamento y el carácter que esperabas? ¿Renunciarías a construir tu hogar porque tu pareja no es lo que habías soñado, porque no es lo que esperabas?
Si te has casado con tu sueño, obraste como un adolescente. Acúsate sólo a ti mismo y no acuses a tu cónyuge por no ser como tú lo habías imaginado. Si estás decepcionado y sigues en tu decepción, a tu pesar, se te notará. Y si se te ve, alejarás a tu pareja un poco más de ti, puesto que para acercarse necesita confianza. Tus lamentos son barreras que separan, cuando lo que conviene es unir.
Nunca es demasiado tarde para casarse, al fin, con el que comparte tu vida. Sólo falta que te decidas. No puedes llevar a cabo un matrimonio de tres: tu cónyuge, tú y tu sueño. Si quieres seriamente casarte, divórciate de tu sueño.
Si no puedes construir un castillo, puedes al menos construir una cabaña. Pero no serás feliz en tu cabaña mientras sigas soñando en tu castillo. ¿Estás dispuesto a romper con tu sueño, a abandonar tu castillo? No te digas que esto es renunciar a tus ilusiones, porque no podrás suprimirlas.
Empieza por perdonar a tu cónyuge, puesto que nunca le has perdonado que no sea como tú lo habías imaginado. Ofrece a Dios tu decepción, tu sueño roto y todo cuanto en ti se ha nutrido de lamentos, rencores y desánimos. Acepta, en fin, profundamente, la realidad del otro y la de tu hogar.
No se trata de “rehacer tu vida”, sino de “rehacerte tú”. Acaso nunca le has amado de verdad, puesto que lo deseabas para ti y no por su propio bien. Acaso no te ha amado nunca de verdad, puesto que te deseaba para sí, y no por tu bien. Y sus dos egoísmos se unieron un momento, forjando así la ilusión del amor.
No juzgues al otro, júzgate a ti mismo. Si realmente él o ella no te ama ya, ámale tú más desinteresadamente. Raras son las personas que se resisten largo tiempo a un amor auténtico. Amando le ayudarás a amar.
Si estás pensando: “me ha decepcionado”, piensa también: “le he decepcionado” y entonces cada cual a lo suyo. Comparte tus sentimientos, dialoga sobre ellos con tu pareja, discute constructivamente y vuelve a amarle con un corazón totalmente nuevo.
Dices que tiene todos los defectos; antes decías que tenía todas las cualidades. Te equivocabas antes, y te equivocas ahora también. Posee cualidades y defectos y debes casarte con todo ello.
Dices: “¡No es culpa mía! ¡Ha cambiado!” ¿No serás tú quien ha cambiado? Y si ha cambiado ¿Por qué asombrarte? Te has desposado con un ser vivo, con valores y creencias diferentes a las tuyas, no con una imagen pintada. Amar no es la elección para un momento, sino para siempre.
Amar a un hombre, como amar a una mujer, es siempre amar a un ser imperfecto, a un enfermo, a un débil, a un pecador… Si le amas verdaderamente, le curarás, le sostendrás, le salvarás. Amar puede llegar a ser, en definitiva, sufrir una vida entera. ¡Ojalá lo pensasen antes de comprometerse los que se deciden a amar!
El sacramento del matrimonio ha consagrado su unión y los ayuda a realizarla cada día. Sólo Cristo en el centro de su hogar podrá librarlos del egoísmo y restituirles el amor. Pero para entrar en su casa hoy, como ayer, necesita de un sí. Aceptar el propio hogar es aceptar al otro, pero es aceptar también a Jesucristo Salvador.
Si te has casado con tu sueño, obraste como un adolescente. Acúsate sólo a ti mismo y no acuses a tu cónyuge por no ser como tú lo habías imaginado. Si estás decepcionado y sigues en tu decepción, a tu pesar, se te notará. Y si se te ve, alejarás a tu pareja un poco más de ti, puesto que para acercarse necesita confianza. Tus lamentos son barreras que separan, cuando lo que conviene es unir.
Nunca es demasiado tarde para casarse, al fin, con el que comparte tu vida. Sólo falta que te decidas. No puedes llevar a cabo un matrimonio de tres: tu cónyuge, tú y tu sueño. Si quieres seriamente casarte, divórciate de tu sueño.
Si no puedes construir un castillo, puedes al menos construir una cabaña. Pero no serás feliz en tu cabaña mientras sigas soñando en tu castillo. ¿Estás dispuesto a romper con tu sueño, a abandonar tu castillo? No te digas que esto es renunciar a tus ilusiones, porque no podrás suprimirlas.
Empieza por perdonar a tu cónyuge, puesto que nunca le has perdonado que no sea como tú lo habías imaginado. Ofrece a Dios tu decepción, tu sueño roto y todo cuanto en ti se ha nutrido de lamentos, rencores y desánimos. Acepta, en fin, profundamente, la realidad del otro y la de tu hogar.
No se trata de “rehacer tu vida”, sino de “rehacerte tú”. Acaso nunca le has amado de verdad, puesto que lo deseabas para ti y no por su propio bien. Acaso no te ha amado nunca de verdad, puesto que te deseaba para sí, y no por tu bien. Y sus dos egoísmos se unieron un momento, forjando así la ilusión del amor.
No juzgues al otro, júzgate a ti mismo. Si realmente él o ella no te ama ya, ámale tú más desinteresadamente. Raras son las personas que se resisten largo tiempo a un amor auténtico. Amando le ayudarás a amar.
Si estás pensando: “me ha decepcionado”, piensa también: “le he decepcionado” y entonces cada cual a lo suyo. Comparte tus sentimientos, dialoga sobre ellos con tu pareja, discute constructivamente y vuelve a amarle con un corazón totalmente nuevo.
Dices que tiene todos los defectos; antes decías que tenía todas las cualidades. Te equivocabas antes, y te equivocas ahora también. Posee cualidades y defectos y debes casarte con todo ello.
Dices: “¡No es culpa mía! ¡Ha cambiado!” ¿No serás tú quien ha cambiado? Y si ha cambiado ¿Por qué asombrarte? Te has desposado con un ser vivo, con valores y creencias diferentes a las tuyas, no con una imagen pintada. Amar no es la elección para un momento, sino para siempre.
Amar a un hombre, como amar a una mujer, es siempre amar a un ser imperfecto, a un enfermo, a un débil, a un pecador… Si le amas verdaderamente, le curarás, le sostendrás, le salvarás. Amar puede llegar a ser, en definitiva, sufrir una vida entera. ¡Ojalá lo pensasen antes de comprometerse los que se deciden a amar!
El sacramento del matrimonio ha consagrado su unión y los ayuda a realizarla cada día. Sólo Cristo en el centro de su hogar podrá librarlos del egoísmo y restituirles el amor. Pero para entrar en su casa hoy, como ayer, necesita de un sí. Aceptar el propio hogar es aceptar al otro, pero es aceptar también a Jesucristo Salvador.